Las tres fases de la transformación

Estos últimos meses ando poniendo a prueba mi paciencia en esa espera y sentir del aroma del tiempo que suponen los procesos terapéuticos. A veces, cuesta darse cuenta de que el crecimiento hacia una mayor sabiduría y conciencia de si mismo en el otro es un proceso que se cuece a fuego lento. Advertimos esto muy claro en nosotros mismos, pero cuesta verlo en el ojo ajeno y nos empeñamos en que el otro cambie ya, cambie en unas sesiones o cambie para que yo lo vea. 

Son muchas las corrientes que hoy día pretenden hacer creer que la evolución personal es rápida, que los resultados pueden ser inmediatos. Máxima eficacia y eficiencia que equipara personas y conductas humanas a productos que funcionan rápido y bien, y si no lo hacen, que nadie se preocupe, se cambian por otros en una abrir y cerrar de ojos.

Está claro, le pese a quien le pese, que la psique humana no entiende de fechas límite, de concreciones, superficialidades y resultados óptimos inmediatos. Pero es mucho más sabia que todo eso, aguarda para que el final sea mucho más profundo y esencial y créeme, aún a pesar del dolor, el cansancio y la desesperación, la espera tiene recompensa.

A propósito de estos procesos de cambio y su propio tempo, me gustaría reflexionar sobre una forma muy bella de pensar en ese viaje de descenso al mundo subterráneo que implica cualquier camino de transformación personal verdadera. La secuencia circular sería así: Negro-Rojo-Blanco-Negro-Rojo-Blanco-Negro-Rojo-Blanco....



La Nigredo es la oscuridad profunda, la fase donde decimos sí a un trato desventajoso y engañoso en toda regla, el pacto con el diablo. Todo empieza a disociarse y la vida tal y como la entendíamos hasta entonces deja de tener sentido. Aparece caos, confusión y un marcado sentimiento de pérdida y desprotección. Sin embargo, esta negra espesura, aunque no podamos verlo ahora, es la iniciación a nuestra posterior iluminación y conocimiento verdadero. Es el principio del descenso a las profundidades del averno, tan dramático como necesario para poder ascender después a los cielos.

La Rubedo es el rojo sacrificio y desmembramiento de nuestra identidad tal como la conocíamos. Perdemos algo y entramos en crisis creyendo que ese será nuestro fin, nuestra destrucción. En este momento estamos al borde del precipicio y no quedará otra opción que lanzarse al vacío. Hemos perdido nuestras manos psíquicas, sobre las que habíamos depositado nuestro sentido de valía y nos resistimos una y otra vez a caer, intentamos negociar, conformarnos, volver a hacer lo mismo de siempre...pasan los días, los meses e incluso los años y seguimos al borde del abismo. Nos inunda el tedio y la desesperación.
Llora y resiste, las lágrimas te salvan del fuego. Al final de este túnel, que parece no tener salida, nos espera el resto del cuerpo psíquico con otra versión de nosotros mismos que ni imaginábamos, más plena, más auténtica, más en paz. Sigue avanzando con angustia, con tristeza y con frustración, pero no te detengas.

La Albedo, finalmente, es la blancura de la resurrección, la nueva vida. Para llegar aquí, a la luz, hace falta un espíritu que nos guíe en nuestro descenso, algo o alguien que nos acompañe aunque sea de una manera muy abstracta. Un aliento que nos recuerde en cada tramo que llegaremos a un destino mejor. Aquí regresamos a nuestra naturaleza original y volvemos a descubrir el Amor. Para alcanzar la albedo es posible que nos convirtamos en vagabundas por un tiempo, sin casa, sin mundo al que pertenecer, dejan de importarte cosas que antes ocupaban tu atención. La mirada se vuelve hacia dentro y aparece el Yo profundo, el Yo del Alma.

Se sucederán cíclicamente estas fases a lo largo de nuestra vida para todo cambio y transformación y recorreremos esta espiral no siendo ya los mismos que antes. Es inevitable pasar por estos colores ante cada nueva prueba, la buena noticia es que en el próximo recorrido el negro y el rojo se irán haciendo más cortos y menos intensos porque el blanco los cubrirá con su intensa luz.


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